La quietud de nuestro espíritu, sólo la produce el Espíritu de Dios y esa quietud trae la calma profunda, suave y dulce que nadie nos puede dar. El mundo no nos la puede dar, los éxitos humanos tampoco y ni siquiera la gente que nos rodea. Pero la quietud que produce el Espíritu de Dios si es quietud de corazón.
Hoy entonces me propongo a guardar silencio delante de Él y en Él poder esperar y en Él poder confiar.
Señor jamás podré conseguir en este mundo la quietud que en Ti encuentro.
Hoy atiendo la amonestación de tu Palabra y me propongo guardar silencio delante de Ti y esperar con paciencia que Tú me ayudes a continuar en la carrera que tengo por delante. Señor Tú conoces todos los compromisos que tengo por delante yo no puedo luchar por mi mismo, porque me agobio, pero esperaré en Ti, porque Tú me abres camino donde no lo hay y me enseñas el camino seguro y permanente que me lleva a la tranquilidad del espíritu.
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